Para mí, cada 8M se divide en dos sentimientos ambivalentes: 1- Enorme tristeza por la impunidad y lo casi nada que hemos hecho por hacer justicia y detener los feminicios, 2- Enorme felicidad por ese casi nada que hemos hecho por visibilizar y dar fuerzas para seguir luchando. Cuidado: ese «casi nada» al que me refiero es muy grande comparado con la mayúsucula oscuridad en la que hemos estado prácticamente desde que el mundo es mundo.
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